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Coincidentemente con la fiesta patria de la Declaratoria de la Independencia, el 25 de agosto de 1856 Montevideo inauguró la mayor obra nacional hasta la fecha. Monumento de jerarquía internacional, el teatro Solís es un digno ejemplo de proyectos superpuestos y de neoclasicismo republicano.
En 1830 Montevideo contaba solo con tres edificios que podrían considerarse monumentales: el Cabildo (arquitectura civil), la iglesia Matriz (arquitectura religiosa) y la Ciudadela (arquitectura militar). Los tres pertenecen al período hispano y fueron concebidos por arquitectos no nativos y de acuerdo con las directivas coloniales.
La Ciudadela fue demolida en gran parte en 1836, junto con los muros fortificados que formaban el perímetro de la ciudad colonial, y sus últimos vestigios datan de 1877, salvándose solo la monumental puerta frente a la calle Sarandí. Esta demolición abrió nuevas perspectivas de desarrollo edilicio y de ella nació la idea en un grupo de ciudadanos distinguidos de construir un teatro digno de la flamante capital, puesto que el primitivo San Felipe, que durante más de medio siglo albergó las primeras manifestaciones artísticas habidas en Montevideo, estaba considerado obsoleto.
La idea de construir un nuevo y gran coliseo tuvo dos grandes paladines: don Juan Miguel Martínez y don Antonio Rius. De ellos salió la iniciativa de formar en 1840 la Sociedad de Accionistas para la Construcción del Teatro y la comisión que se encargaría de los detalles de la obra. Los accionistas que aportaron el capital inicial de la sociedad fueron 156 hombres de la elite montevideana, ciudadanos ilustres y los más importantes comerciantes.
De los diversos proyectos confeccionados por arquitectos residentes, el que más gustó fue el presentado por el arquitecto Carlos Zucchi. Pero por motivos políticos se optó por el del arquitecto Francisco Xavier Garmendia.
Respecto al lugar de emplazamiento del teatro, el terreno fue comprado a don Ramón de las Carreras por un monto que ascendió a unos 31 mil pesos. Las obras dieron comienzo entre fines de 1841 y principios de 1842 e insumieron quince años, sin incluir el lapso de la Guerra Grande (1843-1851), durante la mayor parte del cual quedó paralizada la obra. Sin embargo, durante todo ese período Juan Miguel Martínez aseguró los fondos necesarios para cubrir los gastos de conservación de los materiales. Los méritos de Martínez fueron tales que la empresa creyó, a su muerte, que debía rememorar su abnegación y dispuso que en el foyer del teatro se colocara un busto en mármol en su homenaje.
En 1856 se concluyó el teatro propiamente dicho, es decir, la parte central del edificio actual, quedando para dieciocho años más tarde la construcción de los cuerpos laterales. El frontispicio del teatro –en el que intervino el arquitecto uruguayo Clemente César– se compone de un peristilo de ocho columnas corintias bajo su correspondiente entablamiento que se adelanta al cuerpo del edificio sobre una escalinata de mármol, dando reparo a las tres puertas de acceso al foyer y dos laterales, y a los sendos balcones del salón de honor. Sobre el peristilo, una pared frontal con tres ventanales en arco de medio punto bajo el fronton que culmina la fachada, en cuyo tímpano luce un emblema del sol naciente en relieve. Los cuerpos laterales (“accesorios”) fueron proyectados por el arquitecto francés Víctor Rabú y se construyeron en dos etapas: la planta baja entre 1874 y 1879, y la alta, entre 1884 y 1885.
A la hora de denominarlo, varios nombres fueron propuestos: Teatro de la Empresa, de la Paz, del Sol, de la Concordia, de la Armonía, de la Constancia, de Mayo, de la Libertad, de Artigas, Republicano, Montevideano y Oriental, pero la comisión directiva aprobó por mayoría de votos Teatro de Solís, en recuerdo y conmemoración por el intrépido navegante Juan Díaz de Solís, el primer explorador europeo en llegar al Río de la Plata.
En vísperas de su inauguración, en todos los ambientes de Montevideo se especulaba con el género del espectáculo que habría de brindarse en el nuevo coliseo. La opinión general se inclinaba por el género lírico en su modalidad de ópera, preferencia que se explica por la enorme cantidad de italianos que recalaban en nuestra ciudad durante aquellos años. No es de extrañar, pues, que para el día de su inauguración, el 25 de agosto de 1856, con la presencia del presidente Gabriel Pereira, la ejecución del Himno Nacional, inflamados discursos y una velada literaria, para el broche de oro se escogiese Ernani, un opus del gran pontífice de la ópera italiana, Giuseppe Verdi, representada por la soprano Sofía Vera Lorini, bajo la dirección del maestro conde Luis Pretty, que luego se dedicó en Montevideo al cultivo y la viticultura.
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